La Ópera - Introducción

La música, los músicos y el público

El siglo XIX, apasionado y revolucionario, se conoce como el siglo del Romanticismo. En él, la música constituyó una síntesis del arte, la cultura, la patria y la vida.

Para los románticos, la música era el arte por excelencia. Se consideraba el antecedente del lenguaje, por lo cual la música vocal adquirió una enorme importancia, pues en ella se concentran la música y las palabras. No olvidemos que la ópera reúne los dos ideales románticos: el teatro y la música, a los que se suma la exaltación de la patria y el folclore.

Este fervor de los románticos por la ópera hizo que la construcción del teatro igualara en importancia, por ejemplo, al desarrollo del ferrocarril. No sólo se construyeron nuevos teatros, sino que los edificios heredados del siglo anterior se ampliaron para dar cabida a un público más numeroso, que cada vez aglutinaba a más clases sociales (excepto la Iglesia). El público llenaba los teatros separado por categorías: autoridades, aristócratas, burguesía, clase media, aficionados humildes, etc. Todos ellos  ocupaban sus correspondientes lugares en los palcos, los anfiteatros, las plateas, etc. Los teatros de ópera se convirtieron así en un núcleo de relación social, donde se aprovechaban los entreactos para convenir matrimonios, cerrar negocios y operaciones bancarias, concertar citas clandestinas, etc.

Los escenarios mejoraron y se beneficiaron de los nuevos inventos, como las lámparas de gas o, más tarde, la electricidad, que permitieron crear nuevos efectos, como oscurecer la sala y el escenario independientemente, lo que proporcionaba más intimidad y mejores resultados escénicos. Al aumentar el aforo, también se incrementó el número de músicos, con lo que la figura del director de orquesta se volvió imprescindible.

La música de ópera invadía la vida cotidiana de todas las clases sociales y las melodías de las arias famosas se oían en los pianos de los cafés, en los organillos callejeros y en los salones de la clase alta. Todo el mundo las conocía y las cantaba.

Como hemos comentado, el auge de la ópera conllevó un negocio importantísimo de construcción de innumerables teatros. Todo ello potenció la figura del empresario de ópera; dueño absoluto de todo lo que tenía que ver con las representaciones, el empresario se reveló como descubridor de talentos, aunque, en ocasiones, se convirtió en un verdadero tirano que explotaba a compositores, músicos e intérpretes.

Ópera Nacional de París

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